Hoy volvía a ser suya una de las alas del combinado entrenado por Jorge Vilda. Comenzó en la derecha y mediada la primera mitad pasó a su zurda natural, donde colocó centros y buscó, sin éxito, la portería local. Las de Maren Meinert apenas inquietaron en una ocasión en el primer tiempo la meta de María Echezarreta, mientras que España buscaba el camino con calma, rezumando el aplomo necesario de quien confía y conoce el camino que lleva al éxito.
Ya lo fue lograr el entorchado el año anterior, como lo era encadenar cinco finales seguidas, hito sólo a la altura de la hoy oponente Alemania y de Francia, otro equipo habitual en estas lides. El cuadro ibérico movía la bola y a medida que transcurrían los minutos el control daba paso al asedio. Olga armaba su pierna izquierda y sus centros se quedaban cerca de encontrar rematadora o sus disparos eran desviados por alguna adversaria.
Era cuestión de tiempo. El segundo periodo acrecentó el dominio, el balón volvió a tocar el poste por dos veces, pero no se concretaba en gol. Hasta que lo hizo. Tanto Olga Carmona como María Llompart se perfilaron para sacar una falta cerca del área en el minuto 80. El perfil era ideal para cualquiera de las dos, aunque en otras ocasiones ese libre directo habría sido ejecutado por la nervionense. Sin embargo, el cambio de roles salió perfecto. El gol de la balear se coló imparable y Stina Johannes sólo pudo ver cómo ese título se marchaba para terreno español.
Como hace dos años en Basilea, El Dorado estaba en Suiza. Como entonces, las lágrimas fueron de emoción. Ahora, con acento de mujer. El de Olga Carmona. Sus iniciales lo dicen todo: O de oro, C de casta, coraje y cantera.
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